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Sobre poesía en la calle:

entrevista a Alejandro Gil

 

 

Yo lloré en setiembre porque era necesario.

 

Con este verso decisivo Alejandro Gil realiza la apertura de uno de sus poemas más contundentes. Se trata de Setiembre, un texto de 1988, ya un ícono dentro de su obra, con el que ha realizado diferentes intervenciones poéticas durante las movilizaciones por el 24 de Marzo. Gil explica: «Ese poema lo repartí, sí, con el Carro de la Memoria. Andábamos en una camioneta, aunque la idea había sido la de conseguir un carro a caballo con unos altavoces de esos que usan los verduleros. Hice una grabación leyendo el poema con un megáfono para que el sonido tuviese un efecto de saturación. La grabación iba rotando en los altavoces.»

 

Yo lloré en setiembre porque era necesario

Porque vi tantos muertos como el último día

Sentí la ausencia de vida

Y la falta de sentido

Y en los bordes de los días

La gente tropezaba con la luna

Y yacían en las plazas las almas anudadas

 

     Nacido en la ciudad de Salta, criado en Tucumán, donde reside actualmente, Alejandro Gil es escritor, editor y diseñador gráfico. Entre otras ocupaciones dicta talleres de periodismo y escritura literaria, está a cargo del Grupo Editor Como un Ají y dirige la Biblioteca Popular Chaco y Saire, su proyecto más reciente. No conforme con la difusión su poesía vía redes sociales, con una insistencia que para algunos podría resultar incómoda, parte de su trabajo ve la luz desde su blog personal, donde también se puede encontrar una suerte de catálogo caótico de su propia obra y artículos que cuentan en primera persona la intensa labor y el compromiso que Gil asume al momento de sacar la literatura a calle sin otro patrocinio que la generosidad de su público.

     Enemigo declarado del amiguismo y la «sociedad de aplausos mutuos», que señala como muy presente en ciertos circuitos locales, Gil proyecta una visión de la literatura donde el acto de publicar no termina con la impresión del libro, sino que prosigue en un acercamiento más frontal hacia el público. El autor increpa a sus lectores a la cara y les acerca su obra sin la intervención de terceros. Este tipo de freelance literario coincide del todo con la política cada vez más vigente de las ediciones de autor. Su obra, que se yergue en tal abundancia y despilfarro que por momentos pareciera responder a pautas neo barrocas, se caracteriza también por el formato que adopta al momento de convertirse en libro.

     «Lo que tiene que hacer el escritor no es pensar en gustarle a la gente. Es un aburrimiento total escribir siempre lo mismo, y tener las mismas mañas y el mismo efecto remate. Eso a mí no me interesa. Me interesa cambiar constantemente, buscar nuevas formas.»

 

 

      » Ediciones de autor.

 

      -En el perfil de su blog dice que la mayoría de su obra permanece inédita.

     -Sí, porque escribo muchísimo. Tengo trece libros publicados y diseñados por mí mismo, porque también soy diseñador gráfico. Los saqué a vender así. Son doce o trece, incluidas tres antologías poéticas que hice. Recopilé gente que escribía en el ochenta y seis, cuando estudiaba en Ciencias Económicas y ya andaba escribiendo. Empecé en el ochenta y dos, a los dieciocho años. Dos años me guardé y no mostré nada, solamente el primer libro, que era para mi novia. Después empecé a laburar la poesía, a pensarla para afuera. Mi concepción era de que tenerla guardada en un cajón era absurdo. Después, incrementando ese concepto, empecé a publicar.           Laburaba, mangueaba, y así edité tres antologías con la facultad, con el apoyo del centro de estudiantes. Los últimos dos contaron con el apoyo del decanato. Esa fue la primera y única vez que la Facultad de Ciencias Económicas editó poesía. Fue un hecho histórico.

 

     -¿A qué se debe esa política de autoeditarse y no buscar soporte en las editoriales? Por ejemplo EDUNT, o algunos grupos más recientes.

-Porque yo me vengo publicando desde hace treinta años y los que son nuevos empezaron el año pasado recién. Aparte, como yo soy diseñador manejo todo. Fui director periodístico de dos diarios latinos en Estados Unidos, uno hace siete años. Antes había trabajado en La Gaceta. Tengo un poco menos de treinta años como diseñador gráfico.

     Con otras editoriales, ponele las de Buenos Aires, qué sé yo, Ediciones Último Reino, Libros de Tierra Firme, las que eran más conocidas en mi época, el trato era que vos pagabas la edición, ellos te lo diseñaban, te lo imprimían todo y después te entregaban los doscientos ejemplares. Yo fui en el noventa y seis a Buenos Aires y tomé un café con José Luis Mangieri, un editor importantísimo, ya fallecido. Editaba a Juan Gelman, a todos los de los años sesenta. Un amigo le había llevado uno de mis libros artesanales, anillado así como este. Se llamaba Las últimas babas del dragón. Este amigo contactó a Mangieri, le entregó el libro, charlaron, qué sé yo, y después me llama. «Dice que quiere editarte.» Voy yo a hablar con Mangieri y me ofrece que vayamos a medias. Pero al final nunca se dio porque me faltaba la plata. Era mucho el desembolso. Hacer un libro ahora puede salir, un libro bien hecho, unos siete mil pesos.

     Sobre la distribución, para mí Facebook es una gloria, porque es la masividad total, y no vendo súper bien pero de estos libros que te estás llevando voy vendiendo ciento cincuenta ejemplares, de cada uno. Los voy haciendo a pedido. No tengo stock. Ahora tengo hechos dos de cada uno. Un par te lo llevás vos y el otro queda de reserva.

     Con respecto a las ediciones, con lo de la Facultad de Ciencias Económicas empecé a laburar en mis producciones y en la edición de los libros. En el año ochenta y ocho, reafirmando eso de ¿y estos poemas para qué los tengo acá?, empecé a hacer volantes de poesía. El primer volante que repartí se llamaba No te enamores nunca de un poeta. La intención del poema era que sea al revés, que todas las chicas se enamoren de los poetas. No resultó.

 

Por Nacho Jurao

      » Militar la poesía

 

     -Generalmente cada ocho de marzo hago un evento. En el año noventa, por ahí, hice una fila de globos con unos poemas que iban en el interior de un sobre. Los poemas eran de mi primer libro, que se llama Sobre poesía de la calle. Eran sobres de carta alargaditos que adentro tenían papeles sueltos con los poemas. Iban colgados en globos, junto con una arendela haciendo peso. Fueron trescientos globos en total.

     En la esquina de la San Martín y Muñecas hay un edificio que es todo colonial. Fui a una oficina del tercer piso y dije mire, tengo este proyecto, ¿podría usar la ventana? Sí, cómo no, me contestan, ¿cuándo va a ser? El ocho de marzo, les digo. Bueno, me contestan. Creo que era el estudio de un abogado, ya no me acuerdo. Llevamos un marciano chupa tierra. Una aspiradora redonda, tenía como una chimenea que soplaba, un sistema que expulsaba el aire a través de un filtro. Le pusimos un embudo y con eso inflamos los globos. Los tiramos y la gente estaba como enloquecida abajo. Estaba la Muda también. La Muda, un personaje del centro, que todavía anda, sigue pidiendo en la calle. Estaba contentísima tratando de agarrar los globos. Y hace como unos tres años me encuentro de nuevo con los changos que ese día estaban abajo ayudándome a entregar los poemas, y me cuentan que después de que nos fuimos los vendedores ambulantes se pusieron a vender los globos que habíamos hecho nosotros.

     Hicimos un montón de locuras así. Desfilamos una vez con una bandera de seis metros por tres de ancho, con el poema Simple. Esto fue en el noventa y dos, por ahí, en un desfile a contramano del desfile militar donde estaba Menem de presidente. Los policías no sabían qué hacer porque no entendían qué hacíamos. Alrededor de quince poemas los preparé para eventos así.

 

     -¿Hace falta sacar la poesía a la calle?

     -Sí, es necesario. La expresión es parte del artista, no el limbo de decir “soy artista, vengan a verme”. No, yo salgo y le digo a la gente “tome señora, le regalo un poema mío”. Por ejemplo, con No te enamores nunca de un poeta hice volantes que los pegué en la Quinta Agronómica, en la Facultad de Filosofía y Letras, en la Facultad de Derecho. Los colgaba de los árboles como si fueran pelotitas de navidad, aunque era un volante grande. Eso lo hacíamos un domingo, por ejemplo. Con mis amigos saltábamos las rejas y dejábamos todo armado. Al día siguiente la gente llegaba y se sorprendía.

     Después me cuentan que en la fotocopiadora de Filosofía y Letras, cuando estaba en el pasillo central, habían pegado el poema en una pared. Entonces la gente que iba lo compraba. Iban a sacar copias de sus apuntes y decían “sacame una copia del poema”. Lo vendían, pero nunca me pagaron derechos de autor. Al poema Setiembre también lo hice en un afiche grande, con fondo negro y letras blancas, y lo pegué por toda la ciudad. Hice como mil ejemplares.

 

 

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